El nacer de una llamaRelato
Todo nació de un impulso. Un deseo, fugaz y poderoso, como el nacer de una llama, de romper con aquello que regía cada día de su vida. Pensaba a diario en ello, era un sentimiento extraño que a veces tendía a intentar evadir, pero por alguna razón no le resultaba tan fácil como deseaba. Día a día, Evangeline observaba desde su carroza a los trabajadores que encontraba en el camino. A veces su mirada se encontraba con alguno de ellos, y en sus ojos cansados encontraba un sentimiento con el que se sentía identificada: La monotonía. Cada mañana partía de su enorme casa, donde podrían convivir tres familias más, según pensaba, y se iba a la ciudad, donde la instruían con los conocimientos que toda dama debía poseer. Un buen día sucedió algo inesperado de camino a la ciudad, muy cerca del bosque que solían atravesar. La rueda del carro topó con un bache en el camino y cedió. El carromato dio un respingo y la joven Evangeline casi temió que volcaría, pero el cochero pareció parar a los caballos con la maestría que lo caracterizaba. El constante sonido de las ruedas sobre la arena del camino, que se había convertido en el presagio de su regreso a la monotonía, se detuvo, y solo halló silencio, un silencio que rápidamente fue reemplazado por los relinchos de los caballos, quejándose de la abrupta parada, y el canto incesante de los pajarillos del bosque. Evangeline incluso contuvo la respiración para poder escuchar más claramente el agradable sonido de la naturaleza.
-¡Señorita! –Interrumpió la voz del cochero al tiempo que abría la puerta del coche de tal forma que casi pareció que la arrancaría de las bisagras- ¡Señorita Eva! ¡Evangeline! ¿Se encuentra bien? -Yo… -¡Oh, cielos! ¡Se lo dije al criado! Le dije que revisara las ruedas, pero no me hizo caso ¡Nunca nadie me hace caso! –continuó divagando. -Gerald… -intentó llamar la joven. -Podría haber ocurrido una desgracia por culpa de ese… ¡Estúpido mentecato! -¡Gerald! –gritó Evangeline. En cuanto vio que su cochero había dejado de hablar solo, procuró controlar su tono de voz- ¿Me ayuda a salir? -Claro, claro. El cochero fue rápido y agarró la mano de la joven con la delicadeza con la que tocaría un jarrón de millones de francos. El carro se había quedado cojo debido a la ausencia de la rueda, y sabían que les sería imposible continuar sin ella. Estaban exactamente a medio camino de la ciudad, por lo que volver o continuar les llevaría, quizás, el mismo tiempo y esfuerzo. Aunque al principio Gerald pareció volver centrar sus esfuerzos en echar la culpa al criado al cargo de los carruajes, con una sola orden de Evangeline se dispuso de intentar arreglar el carro. La joven sabía, o, más bien, esperaba, que aquella tarea fuese imposible, porque su deseo de acabar con su monotonía la llevó a cometer una de las mayores locuras, por aquel entonces sabida, que podía hacer una dama de su posición: Adentrarse sola en el bosque. Aquellos sonidos que al principio resultaban tan lejanos, ahora la rodeaban, acompañados por otros nuevos igual de bellos. Al canto de los pájaros se unió el sonido del baile de las hojas mecidas por las brisas, a ellas se unió el correteo de los animalillos silvestres, que no logró ver, pues eran esquivos y pequeñitos. Cuando sentía que la melodía que tanto la embelesaba no podía ser más idílica, escuchó el río, bajando como si quisiese abrazar todos aquellos sonidos que lo habían precedido. La joven noble apresuró el paso en su encuentro, y ni tan siquiera pareció importarle cuantos arbustos hubiese en su camino. Tras atravesar el tercero, encontró un delgado rio, de aguas tan cristalinas que podía ver el fondo. Se acercó lentamente, como si desease deleitarse de cada detalle que pudiese ser importante para, en un futuro, recordarlos cuando la monotonía volviese. Cuando se halló junto al rio, se sorprendió viéndose reflejada en él. Aquello le hizo esbozar una boba sonrisa en sus carnosos labios rosados. Como si sostuviese un peine en su mano fingió que se peinaba sus cabellos castaños sin dejar de mirar su reflejo en el rio, acompasando cada movimiento con el rítmico canto de los pájaros. Por un instante temió olvidar todo aquello al volver, y cerró los ojos al tiempo que se alejaba del rio, sin embargo, no soltó los mechones de su cabello. Aquello era tan idílico que no quería que desapareciese en los rincones inaccesibles de la memoria. Entonces fue cuando advirtió que estaba agotada, correr entre los arboles atravesando la maleza no solo le había rasguñado su hermoso vestido rosado, sino que la había dejado exhausta. Lentamente se acercó a la primera piedra que pensó que le serviría bien y se sentó con esperanzas de que aquello no acabase nunca. No muy lejos de allí había otra muchacha, tenía el cabello rubio y vestía con holgadas ropas y una capucha del color del bosque. Había observado en silencio como la evidente noble se deleitaba con los frutos de la tranquilidad del lugar. Como era frecuente en alguien de su aspecto de alta cuna, esperó hallar a la hermosa joven en la compañía de algún criado, sin embargo, en el tiempo que había pasado, nadie irrumpió en la linde del rio en la que se encontraban. La noble no parecía haber percibido su presencia y eso le hizo darse cuenta de lo afortunada que había sido. Sintió un impulso que hizo que se llevase la mano a la fina hoja que guardaba en su bota, como si no desease esperar más para ejecutar aquel pensamiento, fugaz y poderoso, como el nacer de una llama. Esa llama creció con fuerza, pero contuvo su calor apretando la empuñadura de la hoja. Con agilidad y sigilo, se ocultó tras el tronco de un árbol cercano, esperando poder mantener su ventajosa situación. Contuvo la respiración y relajó sus apresurados pensamientos sobre qué hacer cuando una noble sin escolta alguna y, con toda seguridad, provista de oro y joyas, aparecía ante ella, como si algún demonio bromista estuviese deleitándola con un ansiado tesoro. Sabía que tenía que haber una pega. En la quietud de su escondite aguardó hasta que estuviese segura de lo que estaba a punto de hacer. Cuando ese instante estuvo tan cerca que incluso sintió su sabor, seco, como el olor de la tierra en verano, la joven noble se giró en dirección al rio e hizo peligrar su buena fortuna. En aquel momento, temía que aquella hermosa muchacha de cabellos castaños claros la hubiese visto, pero no pareció ser así. Tragó saliva mientras observaba como caminaba hacia el río, haciendo que sus caderas bamboleasen el vestido que llevaba. Cuando la noble llegó hasta el borde, se descalzó, dejó su capa con sumo cuidado junto a ella y se sentó, dejando los pies tan cerca de la superficie del agua que casi la podía rozar. Escuchó como aquella joven de alta cuna comenzó a tararear, y esa melodía desconocida que salía como un soplo de flores desde su pecho, la hizo despertar de su ensoñación. Con el mismo silencio con el que se había ocultado tras aquel tronco, sacó el fino puñal de su bota y se acercó a la noble, ahora que estaba tan concentrada en aquella melodía que embriagaba el ambiente y eclipsaba el cantar de los pájaros. Cada paso era meticulosamente calculado, aprovechando aquellos momentos en los que las notas de su sordo canto eran más altas. Cuando estuvo tan cerca que ya empezaba a prepararse para decir la tan globalizada frase “La bolsa o la vida”, una oportuna brisa le trajo un aroma dulce. Aquel olor, que describió al momento como aquello a lo que debían oler las nubes, o incluso los mismísimos ángeles, la distrajo de su propósito durante tanto tiempo que no parecieron suficientes para ella cuando volvió en sí. Fue entonces cuando descubrió que aquel aroma provenía del cabello de la noble. Sin poder esperar a una nueva y breve ráfaga de viento, acercó su nariz a la joven, mientras aun sujetaba el cuchillo con firmeza.
Evangeline no quería que acabase aquella mañana y esperaba que su cochero no arreglara nunca el carro o, al menos, no advirtiese de su ausencia. Concentrada en el tarareo de una melodía de una nana que había escuchado muchas veces en boca de su niñera, jugueteaba distraídamente con las ondas que aparecían en el calmado río al rozar su superficie con los dedos de los pies. Entonces, en su difuso reflejo, percibió algo extraño que la sobresaltó. Paralizada, esperó eternos segundos, hasta que las ondas desapareciesen, sin saber que había dejado de tararear, e incluso de respirar. Cuando el reflejo fue claro, observó como detrás de ella se encontraba una muchacha joven de cabello rubio, ataviada con una capucha verde. En su mano atisbó, sin lugar a dudas, un fino puñal con la hoja apuntando hacia su cuello. Tan pronto como vio aquella figura, giró bruscamente al tiempo que se levantaba, sintiendo como su codo chocaba contra algo duro. Sin querer reparar mucho en ello, salió corriendo llevándose su preciada capa en el trayecto y, mientras se la abrochaba torpemente, atravesó corriendo los arbustos con la esperanza de hallar el camino de vuelta.
-¡Socorro! -gritó en cuanto pudo recobrar el aliento tras el sobresalto. Conforme avanzaba, corriendo como nunca lo había tenido que hacer, esperaba hallar algo que le hiciese saber que iba en la buena dirección, pero, irremediablemente, todos los arboles le parecían idénticos. Guiada por una intuición fortuita, eligió un nuevo rumbo sin dejar de pedir ayuda, deseando ver entre los árboles el carromato que había abandonado, o al nervioso cochero corriendo en su busca. Para su sorpresa se encontró con un muro de piedra que la obligó a detenerse a buscar otro camino, puesto que, si desandaba sus pasos, sabía que corría el riesgo de encontrarse con aquella chica del puñal. El corazón palpitaba en sus oídos y le golpeaba el pecho con tanta fuerza que dolía. Le costaba respirar, y se permitió el lujo de recobrar algo del aliento que había perdido. No sabía cuánto había recorrido, ni si se había acercado al carro o, por el contrario, se había internado más en el bosque. Pasaron los segundos y aunque esperaba hallar a aquella joven apareciendo tras los arbustos que ella había atravesado, no se escuchaba más que los idílicos sonidos del bosque. Lo que antes le pareció tan hermoso ahora la inquietaba. -¿La habré perdido? -se preguntó mientras se recostaba en la pared de piedra-… ¿Dónde se habrá metido Gerald? ¿Es que nadie me escucha en este dichoso bosque? -Yo sí -respondió una voz a su derecha.
-¡No me mates, s’il vous plait! -gimió con un hilillo de voz esperando no romper a llorar en sus últimos momentos de vida. En la nobleza llorar era un síntoma de debilidad, incluso entre las mujeres. La agresora era joven, quizás podía tener la misma edad que ella. Estaba manchada, sucia, tenía el pómulo izquierdo enrojecido y su ropa parecía ser de un varón. Evangeline sintió pena por aquella chica, que no había podido tener las facilidades ni los cuidados de los que ella tanto se había quejado por hacer su vida más monótona. A pesar de la suciedad, pudo ver belleza en aquel rostro cubierto de tierra. Pudo ver belleza en aquella persona que estaba a punto de arrebatarle la vida que tanto mal le hacía sentir.
-¡Calla! -dijo la agresora mientras apartaba la mano de la joven noble- ¡No hables! -Le daré todo lo que llevo encima, pero… -comenzó a decir sintiendo como las lágrimas empezaban a agolpársele, deseando escapar. -¡Que te calles! ¡No quiero escuchar tu voz! -interrumpió mirándola fijamente. De pronto, desvió la mirada, casi parecía asqueada, y Evangeline pudo notar cierta vacilación en su agresora-. Cierra los ojos, no quiero que me mires. -¿Por qué? -preguntó intentando no hacer movimientos bruscos. -¡Hazlo o te atravieso el cuello, furcia adinerada! -dijo apretando la punta del puñal junto a la tráquea de la noble. La joven dio un leve gritito y obedeció al instante a lo que ella le pedía. “Tienes que acabar con esto, Violette” se repetía una y otra vez la joven agresora mientras observaba como la punta del puñal parecía estar a punto de atravesar el grácil cuello de la noble. Su mano tembló, vacilante. Sus ojos, como si no tuviesen dueño alguno, observaron aquello que tanto se esforzaba en no mirar, no por asco, como intentaba aparentar, sino por adoración. Allí estaba la noble, apoyada contra la piedra como si fuese a convertirse en uno con ella, con los ojos completamente cerrados y los labios apretados, imaginó que para reprimir el llanto. Los ojos de Violette no parecieron contentos con observar aquel rostro de marfil, fruto de la escasez de la luz del sol, y bajaron hasta el cuello, echando un fugaz vistazo aquellos cabellos casi dorados que descansaban sobre los hombros con hermosas ondulaciones. Continuó bajando la mirada y se detuvo en sus senos, abultados bajo el vestido y más voluminosos que los suyos propios. Supuso que la falta de alimento y el ejercicio habían provocado esa diferencia de tamaños, o quizás, era simplemente algo natural. Se descubrió soltando el puñal sin dejar de admirar aquella pura belleza que siempre había intentado esquivar en otras mujeres.
-Supongo que no puedo evitar lo que siento, a pesar de los que somos –se dijo en voz baja y, como si estuviese al borde de un barranco del que no se veía fondo alguno, Violette se adelantó hacia su víctima, agarrándole las suaves mejillas y acercó sus labios a los de ella, buscando un ansiado beso.
Al verlo, no pudo evitar sentir como la verdad la azotaba con tanta fuerza que se descubrió retrocediendo. Vacilante, se miró la mano con la que le había secado la lágrima. Era áspera, estaba marcada por una decena de cicatrices pasadas y manchada de tierra.
-Lo lamento por lo que te hecho pasar. Ambas recordaremos este día como uno de los más desdichados, aunque por distintas razones. -pronunció con lentitud mientras cerraba el puño. Y antes de que la noble pudiese reaccionar ante sus palabras, Violette se marchó de allí. Cuando Evangeline abrió los ojos no encontró a nadie frente a ella. Dudó durante un instante, pero pasaban los segundos y el sonido del lejano rio y el canturreo de los pájaros era lo único que podía escuchar. Asustada se palpó el cuerpo, buscando alguna herida de la que no se hubiese percatado, pero mientras escudriñaba su vestido rosado intentando distinguir si una mancha de suciedad era en realidad una de sangre, observó que, en el suelo, junto a sus pies se hallaba el mismo puñal con el que aquella joven la había amenazado. Lo cogió sin pensarlo demasiado y se alejó de la roca, con mil sensaciones flotando en su mente. Con la ausencia de la adrenalina, no le fue difícil hallar el camino de vuelta. Evangeline no contó nada acerca de la asaltante, además de porque solo había sido un susto, si sabían que había una posible asesina por los bosques no la dejarían volver por allí y, por alguna razón, le asustaba esa posibilidad. Pasaron los días y Evangeline guardó el puñal como un preciado tesoro, llegando incluso a cambiarlo de sitio para evitar preguntas al respecto cuando los criados limpiaban su habitación. Aunque no rompía mucho con su monotonía, le parecía entretenido cuidar de algo que le proporcionaba algunos buenos recuerdos. Aquel puñal era la prueba de que había experimentado un instante de libertad, de que había vivido una increíble aventura al ser atacada por aquella desconocida. La monotonía fue provocando que aquellos momentos quedasen lejanos y, aunque al principio era fácil volver a sentir aquella sensación de libertad con solo mirar hacia el lugar en el que escondía el puñal, poco a poco sentía la verdadera necesidad de incluso llevar aquella arma consigo allá a donde fuese, oculto en el interior de la manga de su vestido.
Un buen día, en el que la gran mayoría de los criados, o dormían o tenían el día libre, Evangeline decidió que recordar no era suficiente, y salió de las inmediaciones de su morada, con la esperanza de volver a experimentar todas aquellas cosas que la naturaleza le había hecho sentir aquel día. Aunque el bosque pareció más lejos de lo que esperaba, se internó en él sin pensarlo, a pesar del cansancio. Los pájaros canturreaban alegremente, como si le estuviesen dando una cálida bienvenida, y las hojas de los árboles danzaban al ritmo de la brisa otoñal. El olor de los árboles la transportó al instante a aquel idílico día, y la hizo volver a sentirse libre. Caminó con despreocupación, confiando en que encontraría el camino de vuelta al anochecer. Sin reparar en el tiempo o la distancia que había recorrido, acabó frente a una pequeña cascada, que embriagaba el ambiente con su dulce caída sobre el agua. Evangeline sonrió al verlo mientras jugueteaba con el puñal que tantas sensaciones le producía. -Eso me pertenece -dijo una voz tras ella. Evangeline se giró asustada, aunque cierta parte de ella respiró una extraña bocanada de alivio cuando vio a la joven de cabello rubio que la había asaltado días atrás. -Lo sé -contestó Evangeline-. Te lo dejaste cuando te fuiste. -¿Es que has venido a devolvérmelo? -preguntó sin tapujos. -No, bueno… no lo sé. La joven desarrapada se cruzó de brazos en el incómodo silencio que se había formado. -¿Tienes nombre? -inquirió Evangeline. -¿Insinuáis que como no soy una adinerada como vos, puedo no tener siquiera nombre? -gruñó la joven de mala forma. -No, por supuesto que no… -contestó Evangeline tan rápido como pudo. -Me llamo Violette. -De acuerdo… Violette ¿Puedo hacerte una pregunta? -Depende ¿Esa es la pregunta que querías formular? -¿Cómo? -inquirió Evangeline un tanto confundida. Entonces escuchó como Violette se reía y la vio poner los brazos en jarra-. No termino de… -Es igual. Haz tu pregunta, burguesita. -¿Por qué me atacaste? Evangeline notó como Violette se había estremecido con aquella pregunta, e intentaba disimularlo rascándose el cuello. Cogió aire hasta que sus pulmones se llenaron, abultando su reducido busto en la holgada ropa que llevaba, y lo soltó despacio. A la noble le pareció hipnótico ver sus labios formando una pequeña “o”. -Puedes quedarte con el cuchillo si lo deseas -dijo Violette al tiempo que se giraba, dispuesta a marcharse. Evangeline, movida por un acto reflejo cruzó de dos zancadas el espacio que las separaba y la agarró del brazo con tanta fuerza que la soltó al instante, temiendo haberle hecho daño. Cuando Violette se giró, la noble sintió que tenía que contarlo todo, lo que fuese para que no se marchase. -Lo siento -dijo Evangeline de inmediato-, pero no te marches de nuevo, por favor. Es cierto que me asusté el día que me atacaste, el día que desapareció el chichón de mi cabeza que emergió tras golpearme contra la piedra, sentí que había perdido… algo. Necesito saber que aquel día ocurrió, por eso me llevé tu cuchillo. -¿Es que quiere que le haga algo más permanente? No es que tenga por afición zurrar a la burguesía, pero… -¿Por qué me atacaste entonces? -No tengo más razones que la que le daría cualquiera que la asaltase… -contestó con un pesar en su rostro que intentaba ocultar con la capucha-. Simplemente soy pobre. Evangeline acercó su mano hacia la capucha y, aun temiendo una represalia, la apartó para poder ver mejor el rostro de la joven. Violette desvió la mirada e intentó que no se notase lo vulnerable que se sentía dejando al descubierto su rostro.
-Yo te daría dinero, el que necesitases -confesó Evangeline sin dejar de mirarla, esperando a que ella decidiese fijar los ojos en los suyos-. No sería una perdida para mi familia, quizás nunca se enterarían… -No necesito su caridad -espetó Violette alejándose de ella. -Por favor, no me malinterpretes… -¡No quiero la limosna de nadie! -gritó mientras caminaba lejos de la cascada. -Entonces, ¡haberme matado aquel día! -profirió siguiéndole el paso. -¡No pude! -¡Eso es absurdo! ¿Por qué una mujer valiente como vos no iba a poder quitarle la vida a una “furcia adinerada” como yo? ¿Eh? -Déjame en paz -No, haré como vos aquel día y la seguiré por todo el bosque, pero a diferencia de vos, yo conseguiré lo que busco: Respuestas. -¿Quieres saber por qué no pude matarte? -inquirió girándose de pronto con la cara completamente enrojecida- Porque… porque sois demasiado hermosa… Evangeline se quedó sin palabras. Petrificada en el sitio, intentó que su mente intentase procesar las palabras que aquella joven acababa de decir. -Ahora ya lo sabe -añadió Violette. Antes de que se girase para marcharse, sintió como, de nuevo, una mano le aferraba el brazo con fuerza. Aquella noble continuaba reteniéndola a pesar de haber respondido a sus peticiones, pero, esta vez, no pronunciaba palabra alguna. Sus miradas se encontraron y Violette sintió como su corazón le golpeaba con fuerza el pecho, como si estuviese viendo algo que no se le estaba permitido-. Su mirada podría condenar a la locura incluso a dios. -Gracias a vos, Violette -comenzó a decir Evangeline-, he conocido algo que está más allá de mi dinero, mis posesiones y mi posición. En este bosque me abordasteis, creyendo iros con las manos vacías, mas, os llevasteis mi pensamiento constante. Cada día pensaba que lo que anhelaba era este bosque y la naturaleza idílica de la que pocas veces había podido disfrutar, pero, he de decir que ahora sé que, si alguien ha creído estar loca desde que nuestros ojos se encontraron, esa he sido yo. Evangeline, que no había dejado de mirar los ojos pardos de Violette en ningún momento, sintió como su corazón se aceleraba por momentos. Aquella joven sucia y de ropa holgada, le había mostrado que no podía vivir sin esa parte de ella. Ahora lo sabía. Siempre había deseado salir de aquella monotonía que quizás otros podrían encontrar atractiva, pero, tenía muy claro, que aquello no era para ella. -Lo que está diciendo… -comenzó a decir Violette, pero se vio rápidamente interrumpida. -No es caridad mi benevolencia, ahora lo sabe -confesó Evangeline. Después de aquello les resultó difícil decir adiós ese día. Caminaron juntas por el bosque, aunque al principio la mayor parte trascurrió en silencio, luego comenzaron las conversaciones banas sobre sus vidas y labores cotidianas. Evangeline descubrió que Violette era la hija de un tabernero de la ciudad que se había endeudado a más no poder a sus espaldas. Cuando quiso darse cuenta su padre se había marchado, dejándola completamente sola, pues su madre había muerto tras su nacimiento y no le quedaba nadie más. Evangeline le contó su aburrida vida de noble, y, aunque no quería pecar de vanidosa, sintió que a Violette sí que se lo parecía. Su día acabó en un pequeño prado, cuando ya anochecía, así pues, aunque les dolió mucho a ambas, decidieron encontrarse al día siguiente en ese mismo lugar. Como dijeron, volvieron a verse, y se pasaron la tarde tumbadas sobre la capa de Violette, admirando el cielo y dándole simpáticos parecidos a las nubes con otras cosas. Al cabo de un tiempo, las risas y las bromas dieron lugar a que sus manos chocasen sin pretenderlo. A pesar de no haberlo buscado, se acariciaron mutuamente la mano, como si fuese un secreto, incluso para ellas, y entrelazaron los dedos casi a la vez. -Esto no debería estar bien -dijo Violette mientras miraba al cielo, evitando encontrarse con los hermosos ojos de la noble. -No entiendo por qué no debería de estarlo… Ya sabes que no me importa el dinero -comentó Evangeline. -Sabes que no son solo nuestras diferencias sociales, Evangeline… -Violette se obligó a tragar saliva tras decir el nombre de aquella por la que había renunciado a un dinero que le habría permitido comer durante varios días. -No importa qué nos separe mientras recordemos qué es lo que nos hace mantenernos juntas -dijo esbozando una amplia sonrisa. -¿Un chichón en el cogote? -inquirió. -¡Anda, no seas boba! -espetó Evangeline entre risas propinándole un juguetón empujón. Entonces, la mirada que tanto habían estado esquivando, sucedió. Evangeline y Violette se miraron, como si no importase qué hubiese más allá, o qué pudiese pasar si demostraban que sus diferencias no les impediría verse cada día en aquel prado. Como sucedió en aquella roca, la joven desarrapada sintió el impulso, el nacimiento de una llama en su pecho, y sintió además el impulso de sellar aquel sentimiento prohibido, encerrarlo en su interior, y no dejarlo ir, aunque supurase, pero la sonrisa de Evangeline rompió ese impulso como si la hubiese agarrado por el brazo, como había hecho aquel día. Aquella llama creció y llegó hasta lugares donde no sabía que podían llegar sus sensaciones, en el instante en el que acercaron los labios la una a la otra, y culminaron sus sentimientos con un ansiado beso. Día tras día se siguieron viendo, yendo un paso más allá cada vez, llegando incluso a no importar con que ropajes habían aparecido al encontrarse. No dejaron de contar los días, como si fuese la preciada primera paga de un nuevo trabajo, sin embargo, aquella pasión secreta dejó de serlo, el aciago día que Gerald decidió ir tras la hija del señor de la casa. A pesar de que el padre de Evangeline se enteró de lo sucedido, no hizo nada al respecto, pues solo lo veía como un juego que se acabaría tan deprisa como su hija creciese, pero Gerald no se contentó con ello y, en las tabernas y otros lugares se le fue de la lengua hablando de la hija del hombre para el que trabajaba.
Aunque Evangeline y Violette acordaron verse en contados días y no de forma tan constante, al final la gente pareció incomodarse con los actos que sabían practicaban aquellas dos jóvenes del mismo sexo y posiciones diferentes. Fueron buscadas y perseguidas, sintiéndose incluso amenazas de muerte, y en múltiples ocasiones Violette estuvo a punto de abandonar y entregarse para salvar, si fuese posible, la vida a su amada noble, sin embargo, Evangeline no lo permitió, y confesó que si ella moría no habría dinero en el mundo, por muy noble que ella fuese, que aplacase cuanto la necesitaría. Corrieron juntas, perseguidas por algo que veían tan natural como el canto de los pájaros, el bailar de las hojas del bosque ante la brisa, o el sonido del río discurriendo.
La gran mayoría vivió pensando que la familia de la joven noble las ocultaba, apoyando los actos impuros que según el cochero dijo que practicaban, otros acabaron convenciéndose de que se habían marchado lejos de allí y otros, más lapidarios, pensaron que habían decidido quitarse la vida juntas para que no las encontrasen.
Nadie sabe que ocurrió, pero, se dice, que después de aquello, algunos se sintieron más valientes de abrazar aquella parte tan natural de su ser. FIN | ||||||